¿Se le puede ganar a un presidente que, más allá de sus desvaríos, ha hecho bajar la pobreza de 50,4% a 20,3%? ¿Es vencible un líder que, aparte de ofrecer profusos programas sociales, conecta con los más pobres de manera fácil, llana y cercana? ¿Y que ofrece trabajo a cerca de 8 millones de ciudadanos?
Difícil, muy difícil. Más aún si controla buena parte del espacio mediático y los poderes públicos, aun cuando no influya directamente en la soledad de la cámara secreta. No ha habido fraude en Venezuela ahora, como no lo hubo en otras elecciones; lo que ha habido y hay es una verdad populista realmente existente.
Una verdad que Henrique Capriles supo leer con inteligencia para, por fin, pegarle un susto al ‘Comandante’. Chávez, en sus buenos tiempos, doblaba en votación a sus contrincantes. Apenas en el 2006, Manuel Rosales, otro candidato aglutinante, caía fulminado por 62% a 36%. No es esta, por eso, una hora de plena derrota para la oposición.
Esa puede ser una de las lecciones de estos comicios: la oposición va aprendiendo, a fuerza de frustraciones, que le falta aún sintonía popular. Que el hombre de las masas basureadas durante años de bonanza petrolera es Chávez, a pesar de sus rotundos abusos y de su naufragio en temas como la seguridad ciudadana.
El chavismo –hay que haber estado en los barrios pobres de Caracas para entenderlo– es un sentimiento. Es la fe de los ninguneados encarnada en un militar que irrumpe en la política sobre los escombros de los partidos tradicionales y evidenciando que la democracia formal suele ser injusta e incapaz.
Finalmente, las fuerzas opositoras han logrado ponerle un cuco delante. Pero no ha sido suficiente. Lo será cuando la fuerza del desgaste, y acaso su circunstancia vital, lo llamen a marcharse. O cuando el pueblo realmente ya no lo aguante y su susto ya no venga solo de las urnas sino, también, de las calles.
Difícil, muy difícil. Más aún si controla buena parte del espacio mediático y los poderes públicos, aun cuando no influya directamente en la soledad de la cámara secreta. No ha habido fraude en Venezuela ahora, como no lo hubo en otras elecciones; lo que ha habido y hay es una verdad populista realmente existente.
Una verdad que Henrique Capriles supo leer con inteligencia para, por fin, pegarle un susto al ‘Comandante’. Chávez, en sus buenos tiempos, doblaba en votación a sus contrincantes. Apenas en el 2006, Manuel Rosales, otro candidato aglutinante, caía fulminado por 62% a 36%. No es esta, por eso, una hora de plena derrota para la oposición.
Esa puede ser una de las lecciones de estos comicios: la oposición va aprendiendo, a fuerza de frustraciones, que le falta aún sintonía popular. Que el hombre de las masas basureadas durante años de bonanza petrolera es Chávez, a pesar de sus rotundos abusos y de su naufragio en temas como la seguridad ciudadana.
El chavismo –hay que haber estado en los barrios pobres de Caracas para entenderlo– es un sentimiento. Es la fe de los ninguneados encarnada en un militar que irrumpe en la política sobre los escombros de los partidos tradicionales y evidenciando que la democracia formal suele ser injusta e incapaz.
Finalmente, las fuerzas opositoras han logrado ponerle un cuco delante. Pero no ha sido suficiente. Lo será cuando la fuerza del desgaste, y acaso su circunstancia vital, lo llamen a marcharse. O cuando el pueblo realmente ya no lo aguante y su susto ya no venga solo de las urnas sino, también, de las calles.
Escribe: Ramiro Escobar. La Republica
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